miércoles, 4 de junio de 2014

La historia de una tormenta


Bronca, enojo, frustración. ¿Por qué los tiempos no salen? ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Ya no puedo superarme? Toda esa tormenta tronaba en mi mente mientras, con la cabeza a gachas, salía de la pista. Había abandonado por la mitad mi entrenamiento, de quince pasadas había hecho la cuarta demasiado alejado de los tiempos, todo parecía imposible, no tenía sentido seguir empujando. Me desplomé en el asiento del auto y escupí mi bronca en un mail a mi entrenador. Después de la mejor pretemporada de mi vida, cuando parecía que solo quedaba cosechar lo sembrado, la realidad me pegaba en el pecho y no podía hilar un par de buenas semanas seguidas. La confianza había desaparecido tras las nubes y ya no se veía ningún cielo.
Campeonato Nacional de 10.000 m
Luego de un buen Campeonato Nacional de 10.000 m se venía un 5.000 en el CeNARD como preparatorio para el Campeonato Metropolitano (junto con el Nacional era la otra gran cita de la temporada). A pesar de todo, mi marca de 15’33” parecía accesible en los papeles y sería un incentivo para volver a encaminarnos. Pero quedaría solo en los papeles, la tormenta no amainaba, con 15’48” había quedado muy lejos de escampar las nubes, y ahora si parecía tocar fondo. Quizás lo mejor era dejar de buscar un sol que no quería mostrarse y parar a descansar, acortar la temporada, olvidarse del Metropolitano y volver a empezar de cero. Por suerte Ezequiel Morales, el hombre que planifica mis pasos en el atletismo, no me dejó abandonar el barco, había que seguir hasta el final del viaje sea este cual fuere. Entonces ya solo podía ajustar las velas y continuar navegando.
Camp. Metrop. 2013
Quedaban solo tres semanas para la distancia que más me importaba en el Campeonato Metropolitano, los 10.000 metros. El año pasado casi sin darme cuenta había logrado ganarlo, pero en ese momento la alegría de haber bajador tanto la marca (pasó de 33’16” a 32’38”) me ocultó un poco la importancia del triunfo. Con el paso del tiempo entendí que había conseguido a nivel federativo el titulo más alto al que hoy puedo aspirar, el siguiente nivel sería un Campeonato Nacional. Ahora volvía la cita y quería ganarla entendiendo lo que significaba. Solo había una forma, dejar de mirar atrás y pensar cada día como el más importante. Así hice, mejoré mis recuperaciones, fueron más baños de hielo, más masajes, más elongaciones, cuidé mis comidas, y sobre todo fui a la pista realmente como si fuera la última vez, cada día.
Esa dedicación poco a poco me devolvió la confianza, sabía que no se podía cambiar en tres semanas meses en que las cosas no funcionaron del todo bien, pero me tranquilizaba haber luchado hasta el final, y ya solo quedaba lo más fácil; correr.
Sin duda me generaba cierta presión haber ganado el año pasado, a lo cual se le sumó el hecho de que por primera vez largaba siendo el que poseía mejor marca personal dentro de la lista de inscriptos. Si por un lado es una ventaja saber que dentro de la carrera nadie ha corrido más rápido que uno, por el otro hay que demostrar eso una vez más. Pero de una forma u otra el día llegó y había que salir al ruedo.
Sabía que tenía que estar atento al subcampeón del año pasado, Eduardo Cardozo. En el 2013 habíamos hecho una gran carrera, cambiando constantemente la punta, la cual se definió ya pasado el séptimo kilómetro. Tenemos muchas competencias codo a codo y nunca ha sido claro quién puede llegar primero hasta las últimas vueltas.
Acabado los preámbulos, las cartas estaban dadas y el pistoletazo inicial indicaba que había que jugarlas todas en esos veinticinco giros. Ninguno de los dos tomó la punta al inicio, quedamos agazapados a la espera de ver el ritmo de la primera vuelta, pero antes de terminarla, entrando en la recta principal siento que hay que darle más agilidad y pasó al frente con Eduardo pegado a mis espaldas. Un parcial de 1’21” confirma lo que sentía e intento buscar más. 
La idea era dar un par de giros para entrar en ritmo y luego ceder la punta para no cargar con todo el peso de liderar la carrera. Pero a pesar de que el primer kilómetro no terminé de soltarme y pasamos en 3’20”, Eduardo levemente iba dejando una brecha entre los dos. Comienzo a dudar si es una estrategia para reservar energías buscando una carrera más táctica y si debo también reservarme o en cambio aumentar el ritmo y ver que pasa detrás de mí. Ya con un segundo kilómetro de 3’15” siento el sonido de los pasos un poco más lejano, poco a poco me voy soltando, pasando rezagados, procurando no alterar mi ritmo en el sobrepaso y controlando el esfuerzo para buscar la mayor velocidad si usar todas las cartas en las primeras manos.
Atravieso el cenit de la carrera en 16’15” y la diferencia con Cardozo ya es de casi cien metros, ahora es más fácil controlarlo en la curva sin mirar hacia atrás; tomando como referencia mi ingreso a la recta principal intento alejarme vuelta a vuelta a pesar de que ya se siente el peso de los kilómetros. Abro solo algunos metros por vuelta pero sumando cada vez más sigo empujando para definir la carrera. Hasta que faltando unas siete vueltas lo veo caminando al costado de la recta opuesta.
En ese instante sucedieron dos cosas, por un lado supe que iba a ganar pero por el otro mi mente perdió la motivación por seguir empujando al límite. Los objetivos de ganar y mejorar mi marca  de 32’23” ya parecían definidos; el primero era casi seguro, el segundo casi imposible. Busqué seguir suelto, no salir de la sensación de competencia pero fue inevitable un caída en el ritmo, ya no pensaba en el reloj, solo en terminar bien y disfrutar esos veloces segundos finales que se apresuran cuando se gana una carrera. Para terminar en 32’48” mi vuelta final empezó cien metros antes del campanazo, me había propuesto dejar lo último entre los 9.500 y los 9.900 metros; como regalo me quedaban los últimos cien metros para saborear paso a paso la victoria.
Conecto a un rezagado justo antes de entrar a la recta final, rápidamente lo sobrepaso, quiero toda la recta para mí solo, para correr dejando atrás todo, quedando cara a cara con mi sueño; volver a ser campeón metropolitano de 10.000 metros. Finalmente las nubes se han abierto, la tormenta ha pasado y el sol me pega en pecho, los pasos se acortan, los brazos se abren, siento el calor acariciando mi cuerpo cansado y la sonrisa florece, ya la lucha terminó. La línea me recibe y me brinda el calor de la meta, mi garganta explota en un grito, me tiendo agotado sobre el tartán, el mundo se detiene por un instante y solo puedo ser feliz.

                                                                                                                     

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