lunes, 18 de agosto de 2014

Copa Metropolitana de Cross Country o lo que escribí con mis piernas

Tengo una relación extraña con las carreras de cross country, no las entreno ni las preparo específicamente, no descargo mucho antes de largarlas, no me importa tanto el resultado, pero me gusta mucho correrlas. Las siento como un entrenamiento de altísima calidad.
La temporada de cross de la FAM llegaba a su fin y se despedía con la Copa Metropolitana de Cross Country de Clubes. No había estado en ninguna de las fechas anteriores, pero no desaproveché la última y me anoté en lo que se denomina el cross largo, de ocho kilómetros, siendo el corto de cuatro. En un mediodía perfecto para correr, con un sol primaveral, una temperatura ideal para disfrutar del ejercicio y una leve brisa que despegaba el sudor, conocí la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester, nos ofreció un hermoso predio aprovechado plenamente para trazar un circuito de cross repleto de desafíos: muchas curvas pero  sabiamente pocas en “U”, un par de fosas de barro espeso hasta el tobillo, otro par de fosas de arena, varios desniveles que invitaban a lanzarse y un constante oscilar cambiando de direcciones que permitía correr suelto. Todo esto mantenía alerta la mente y desafiaba la coordinación a medida que el cansancio se derramaba por las piernas.
Según la modalidad de la copa todos los participantes sumarían puntos para sus clubes, obviamente dando una mayor valoración a los primeros puestos, lo que hizo que todas las instituciones vinculadas a Federación de Atletismo Metropolitano se presentaran luciendo cantidad y calidad de atletas en búsqueda de un lugar entre los mejores clubes. Lo cual, acompañado por el día que invitaba a correr, hizo que nuestra carrera tuviese en la línea de salida a ciento un dálmatas atletas listos para salir disparados al silbatazo.
Este no se hizo esperar y se partió hacia las cinco vueltas como en todo cross; queriendo ganar en el primer giro. 
A poco de largar
Esta vez busqué no contagiarme del entusiasmo inicial generalizado y preferí mirar desde atrás al principio, aunque eso me llevo a quedar encerrado en algunos tramos, poco a poco el envión anímico empezó a chocarse con la realidad y pude ir escalando posiciones. Si bien a mitad de la primera vuelta iría afuera de los diez primeros, ya terminando el primer giro (que tendría unos 1.200 metros) pude ubicarme en cuarta posición. La punta iba cabeza a cabeza entre Luis Ortiz y Antonio Poblete, y entre ellos y yo marcha en solitario Marcos Billén.
Ya en séptima ubicación
Si algo aprendí entrenado con mi inseparable compañero Fernando Belossi es a mirar la nuca siempre y correr hasta alcanzar, así que eso hice. Aunque me parecía un poco irrespetuoso de mi parte, por la trayectoria atlética de quien me precedía, puse los ojos en Billén y fui buscando achicar el espacio paso a paso. En la segunda vuelta la diferencia no disminuyó mucho, pero ya en la tercera lo veía más posible, hasta que pasada la mitad lo pude conectar. Ni bien llegué me alentó a que buscara más adelante, pero fui sincero cuando le dije que quería disfrutar el momento de correr un poco a la par de él. Ya llegando al final de la vuelta sentí que había que indagar cuanta energía me quedaba y, nuevamente alentado por Marcos, mis ojos se fueron tras Antonio Poblete.
En búsqueda del segundo
La batalla con Ortiz ya estaba decidida pero la lucha lo había llevado bien adelante, la brecha era muy grande y yo había gastado bastante para lograr la tercera ubicación. Pero nuevamente la mirada sostenida ayudó a erosionar distancias y en el transcurso de la cuarta vuelta, incluso hasta bien entrado el quinto y último giro el segundo puesto se hacía cada vez más cercano. Faltando 500 metros la diferencia seria de poco más de veinte metros, es tan poco y es tanto a esas alturas; seguí mirando, seguí buscando pero sin duda no quedaba mucho más en mis piernas y las de Poblete se mostraron más enteras sobre el final, incluso para distanciarse un poco antes de la llegada cruzando la línea ocho segundos antes que yo.
Disfrutando la llegada
 Eran las nueve de la mañana y estaba en mi casa, en Lobos, armando el bolso. Había leído la lista de inscriptos la noche anterior y sabía el buen nivel que reunía, los tres lugares del podio parecían pocos para que yo entre, pero las carreras hay que correrlas y el final se escribe con las piernas. Por lo que metí la remera del EZK Team antes de cerrar el bolso, quería tenerla a mano si subía a alguno de esos escalones. Esa felicidad de conseguir lo que se anhela pero se sabe difícil me acompañó toda la recta final, mientras disfrutaba corriendo con el sol arriba y el pasto abajo, con los brazos extendidos y la sonrisa abierta, cruce la línea del cal dejando atrás el lugar donde mis piernas escribieron ese sueño de un radiante mediodía invernal.


                                                            

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