¿Por qué nos llega a interesar tanto un tiempo, una marca?
¿Qué hace que nos fascinemos por correr en 30 segundos menos una carrera de
poco más de 30 minutos? ¿En media hora que puede cambiar medio minuto?
Sin duda debe hacer una respuesta por cada atleta. Arriesgo
a decir que en mi caso es el resumen perfecto de muchas y diversas alegrías;
ocho pasadas de mil con 1’30” de pausa en 3’00”, 90 minutos a ritmo de 3’45”/km
con 146 pulsaciones promedio, 30 minutos de cambios de ritmo con velocidad promedio
en 3’24”/km. Todo muy largo, muchas explicaciones para contar lo que nos gusta
hacer, cuando en resumen sería así: Corro en 31’34”. Y eso me hace muy feliz
hoy.
Ahora ¿Qué pasaba media hora antes de parar el reloj?
Sentado sobre el tartán del CeNARD, mientras ataba las zapatillas más livianas
que tengo, con solo quince minutos de trote ya estaba cubierto en
transpiración. Había hecho todo lo que estaba a mi alcance, desde muchos días
previos, para llegar al 10.000 de la Copa Nacional de Clubes de la mejor forma
posible. Pero el clima no está a mi alcance y la humedad, el viento y la
presión baja decían presente en la mañana del sábado. Siempre busco ser
positivo, pero me hubiese gustado una mano en esa búsqueda de parte de cielo.
Pero por suerte la mano la encontré en la tierra. Si cae
granizo aprovechemos que regalan hielo. Y salimos a correr con lo mejor que
había en ese momento. Rápidamente cada cual supo cómo le sentaba ese día y los
pelotones se aglutinaron en pocas vueltas. En punta Nicolas Ternavasio y Ulises
Sanguineti codo a codo, el segundo grupo con Ishmael Langat, Cristian Meneguzzi
y yo, un poco más atrás Alexis Pensa y Wilson Videla, la fila seguía e iba
tomando forma bajo el sol. No era un día para enfrentar solo al cálido y húmedo
viento de octubre, nosotros tres lo entendimos rápido y fuimos tomando las
riendas una vuelta cada uno, protegiendo a los otros dos, en perfecta armonía
los parciales de 1’16” por vuelta se iban sumando.
Pero adelante no se veía la
misma coordinación, Nico y Ulises corrían a la par poniendo el pecho ambos en
cada metro, al poco tiempo sabríamos quien lo sentiría más.
Como tres mosqueteros pasamos los primeros 2.000 metros en 6’24”
para casi copiar los segundos 2.000 en 6’23”. El juego seguía y todos ganábamos.
Hasta que luego de pasar el ecuador de la prueba el instinto asesino de Ishmael
huele sangre, y muestra los dientes. No muy lejos aparecía Ulises ya
desprendido de Nico, luchando solo como en un desierto de médanos infinitos. El
keniata mostró el pasaporte, desplegó la zancada y rugió tras la presa. Yo me
colgué de la cabalgada intentado incluso ayudar, pero la ferocidad de Langat
iba más rápido que yo y apenas pude quedarme de escolta. Cristian se quedaba al
ritmo crucero y rápidamente le habríamos distancia.
Pero cuando cazó a Ulises no se conformó y lo pasó rápidamente,
yo quedé refugiado en la espalda de él viendo como Ishmael se alejaba. Por
suerte cuando tomé un poco de aire recuperé la actitud salí a buscar reconectar
nuevamente al keniata. Toda esa lucha nos había dado un tercer 2.000 en 6’14” y
mi cuerpo ya lo sentía. Las diez vueltas restantes serían muy largas.
Solo me concentré en jamás bajar la mirada, quería
transformar el cazador en cazado, de una forma u otra lo iba a alcanzar, así
tuviese que poner toda mi energía en ello.
Y así fue, lo alcancé, pero puse toda mi energía. Lo último
que quedaba lo use para un corto pero práctico dialogo de reencuentro, le dije “No
me interesa el puesto, solo quiero la marca, vamos juntos a buscarla”. No había
dudas; era juntos o imposible. El cuarto 2.000 pasó en 6’15” y a partir de allí
cada vuelta fue terrible, desde la lógica es casi incomprensible como faltando
tan poco puede faltar tanto para llegar. El viento que sin duda sería parecido
al de la largada ahora se sentía como un huracán, la humedad como miel flotando
en el aire, la meta un espejismo flotando a lo lejos. Ishmael me llevó a sacar
lo mejor de mí, sin duda solo esos últimos metros hubiesen sido mi derrumbe, ya
no tenía casi nada. Ese casi me lo logró exprimir, me acompañó tanto estando
adelante como estando atrás, me alentó y alcanzó hidratación.
Por como veníamos
intercalados tirando me toco dar la anteúltima vuelta al frente, incluso cuando
me abro para que pase a la última no me cortó de una para asegurarse el puesto,
me permitió seguir en la estela para dar lo mejor de mi hasta el último metro.
Cerramos un parcial de 6’18” y exploté de alegría.
No venía con el tiempo exacto en mente en las últimas
vueltas, sabía que sería algo entre 31’50” y 31’40” pero el esfuerzo final me hizo olvidar de
cualquier cuenta. No lo podía creer, había superado mis sueños, en mis mejores
deseos visualizaba un 31’40”, esos 6 segundos menos eran menos de un segundo
por kilómetro pero eran la muestra concreta de que incluso los sueños se pueden
superar. Hacía medio año había hecho la mejor carrera de mi vida parando el
reloj en 32’23”, ahora llegar 49” antes que mí mejor yo era euforia en la piel.
Se lo dije a todo el que quiso oírme, el torneo recién
empezaba, duraría todo el sábado y todo el domingo con cientos de atletas
compitiendo en todas las disciplinas del atletismo, nosotros recién habíamos
hecho la primera serie, pero sin dudas que ese fin de semana; no habría nadie
más feliz que yo en la Copa Nacional de Clubes.
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