domingo, 9 de noviembre de 2014

La delgada línea de la felicidad

A veces tiene forma de tiempo, a veces tiene forma de sensación, a veces es indescriptible… hoy sin duda tuvo forma de escalón.
Ya en el ocaso del ciclo de entrenamiento, planificamos junto con mi entrenador, Ezequiel Morales, una seguidilla de competencias para sacarle las últimas gotas a la naranja deportiva de este año. Y la primera de esa serie empezaba hoy, en la bella costanera de Vicente Lopez, flanqueados por el río más ancho del mundo y dorados por el sol más lindo de la primavera. Los 8k de Philips se presentaban con la siempre prolija organización de SportFacilitis y todo estaba dado para salir a sentir el placer de correr.
A poco de llegar me encontré con Nico Melgarejo, un viejo amigo de las pistas y del atletismo federado, esta vez nos mediríamos en el mundo del asfalto. Ya tirando las últimas rectas se sumó Eusebio Moyano, un habitué de las carreras de calle esta temporada. Los comentarios traían la noticia de que también había “un brasilero” que tenía ganas de correr. Y así fue; somos pocos y nos conocemos muchos, la carrera no iba a estar lejos de ese cuarteto.
Contengo la respiración, diez, miro el horizonte, nueve, intento que las pulsaciones se mantengan altas a pesar de estar quieto, ocho, relajo las piernas, siete, deseo suerte, seis, me enfoco, cinco, expiro profundo, cuatro, inhalo profundo, tres, llevo la mano al reloj, dos, tenso las piernas, uno, agacho el cuerpo, cero, es acaban las palabras y se empieza a correr.
Los primeros metros somos muchos, pero de a poco lo veo a Eusebio a mi derecha y a Nico a mi izquierda, se van acomodando las fichas y de repente aparece Marcelo Avelar para ponerle zamba a la mañana. El extranjero se puso el traje de retador y salió a marcar el ritmo, con Eusebio montado en su sombra, escoltados por Nico y por mí. El reloj me marcó el primer kilómetro y tuve la mala idea de mirar, 3’04” que pesaron más en la cabeza que en las piernas, esas decisiones que se toman en fracción de segundo y dejo que Marcelo y Eusebio se vayan a sacar chispas solos mientras me quedo con Nico buscado aire. La brecha se abre de a poco, incluso a veces la diferencia se mantiene, pero a medidas que pasan los kilómetros va quedando claro que una pareja pelearían por ganarla y la otra por subir al podio.
A pesar de la ventosa mañana ninguno de los dos quería ponerse a reparo, codo con codo íbamos saltando los lomos de burros de la costanera junto con Nico. Nadie quería perder la iniciativa. Pero ya al llegar a la mitad de la carrera más que no perder la iniciativa, yo buscaba no perder el puesto. Me sentía prematuramente cansado y no notaba el mismo desgaste a mi lado, sin duda la cabeza se iba convirtiendo en mi peor enemiga. Cada pocos pasos había una excusa para dejarlo ir, poner piloto automático y conformarme con ser el más rápido en no subir al podio. Los kilómetros se pasaban rápidos pero no por eso dolían menos, y yo solo pedía seguir un poco más, aunque sin esperanzas de llegar al arco así. A veces era alguien del público, a veces algún corredor, a veces solo el cartel de algún kilómetro lo que me alentaba a seguir un poco más, a dar una chance más a que algo pase. Y cuando cruzamos el séptimo parcial intenté hacer que eso pase, busqué tímidamente, abrí una pequeña luz, incluso Nico me alentó a ir por más, pero creo que ni él pensó que lo que tenía yo era tan poco y a escasos pasos ya estaba otra vez a la par mía.
No me hubiese imaginado que para esa altura de la carrera aún no supiésemos el final de la historia, pasamos por el costado del arco de llegada, ya solo falta ir a buscar el retome final y a penas si pude acomodarme para entrar primero al último codo. Giré lento intentando quedar bien parado para dar lo último y sin duda en el momento más indicado tuve la mejor sensación de toda la carrera, me olvidé de lo lento que me había sentido, de lo pesado de las piernas, de la falta de aire y solo existió para mí el arco y la cinta. Las rodillas bien arriba, dejar el todo por el todo en esos últimos doscientos metros, recién ahí creer que se puede, después de casi cuatro kilómetros siéndome afuera de la fiesta ver que la puerta aún estaba abierta, que queda lugar para uno más. Sentir que me alejo de todo, que alcanzo lo que quiero, cruzar el mismo arco que hace menos de dos meses y medio atravesaba ganador, hoy luchando por subir al último escalón, por cruzar la delgada línea de la felicidad y sentir que di todo para estar en ese podio.

Adelante habían tenido su propio duelo Eusebio y Marcelo y la alegría esta vez era brasilera. Realmente fue un cuarteto con muy buena onda y creo que todos disfrutamos el encontrarnos en la llegada. Con Marcelo y su familia terminamos volviendo a Capital juntos ya que se hospedaban cerca de mi departamento. La calidez brasilera llenó el auto y fue placentero hacer de breve guía turística a lo largo de toda la  avenida Libertador.
A veces puede ser un deporte injusto, a veces unos segundos, a veces un puesto dibujan o borran la sonrisa. Hoy toco sonreír a pesar de todos los vientos cruzados, y volver a casa con el bolso lleno de amigos, vivencias y alegrías. La semana que viene cargaré nuevamente el bolso a ver con que puedo llenarlo en el último giro del año a mi gran pasión, los 10.000 metros en pista. Sin duda los amigos estarán también allí en el CeNARD, sin duda algo nuevo va a pasar, lo descubriré corriendo.


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