A veces tiene forma de tiempo, a veces tiene forma de
sensación, a veces es indescriptible… hoy sin duda tuvo forma de escalón.
Ya en el ocaso del ciclo de entrenamiento, planificamos
junto con mi entrenador, Ezequiel Morales, una seguidilla de competencias para
sacarle las últimas gotas a la naranja deportiva de este año. Y la primera de
esa serie empezaba hoy, en la bella costanera de Vicente Lopez, flanqueados por
el río más ancho del mundo y dorados por el sol más lindo de la primavera. Los
8k de Philips se presentaban con la siempre prolija organización de
SportFacilitis y todo estaba dado para salir a sentir el placer de correr.
A poco de llegar me encontré con Nico Melgarejo, un viejo amigo
de las pistas y del atletismo federado, esta vez nos mediríamos en el mundo del
asfalto. Ya tirando las últimas rectas se sumó Eusebio Moyano, un habitué de
las carreras de calle esta temporada. Los comentarios traían la noticia de que
también había “un brasilero” que tenía ganas de correr. Y así fue; somos pocos
y nos conocemos muchos, la carrera no iba a estar lejos de ese cuarteto.
Contengo la respiración, diez, miro el horizonte, nueve, intento
que las pulsaciones se mantengan altas a pesar de estar quieto, ocho, relajo
las piernas, siete, deseo suerte, seis, me enfoco, cinco, expiro profundo,
cuatro, inhalo profundo, tres, llevo la mano al reloj, dos, tenso las piernas,
uno, agacho el cuerpo, cero, es acaban las palabras y se empieza a correr.
Los primeros metros somos muchos, pero de a poco lo veo a
Eusebio a mi derecha y a Nico a mi izquierda, se van acomodando las fichas y de
repente aparece Marcelo Avelar para ponerle zamba a la mañana. El extranjero se
puso el traje de retador y salió a marcar el ritmo, con Eusebio montado en su
sombra, escoltados por Nico y por mí. El reloj me marcó el primer kilómetro y
tuve la mala idea de mirar, 3’04” que pesaron más en la cabeza que en las
piernas, esas decisiones que se toman en fracción de segundo y dejo que Marcelo
y Eusebio se vayan a sacar chispas solos mientras me quedo con Nico buscado
aire. La brecha se abre de a poco, incluso a veces la diferencia se mantiene,
pero a medidas que pasan los kilómetros va quedando claro que una pareja
pelearían por ganarla y la otra por subir al podio.
A pesar de la ventosa mañana ninguno de los dos quería
ponerse a reparo, codo con codo íbamos saltando los lomos de burros de la
costanera junto con Nico. Nadie quería perder la iniciativa. Pero ya al llegar
a la mitad de la carrera más que no perder la iniciativa, yo buscaba no perder
el puesto. Me sentía prematuramente cansado y no notaba el mismo desgaste a mi
lado, sin duda la cabeza se iba convirtiendo en mi peor enemiga. Cada pocos
pasos había una excusa para dejarlo ir, poner piloto automático y conformarme
con ser el más rápido en no subir al podio. Los kilómetros se pasaban rápidos
pero no por eso dolían menos, y yo solo pedía seguir un poco más, aunque sin
esperanzas de llegar al arco así. A veces era alguien del público, a veces
algún corredor, a veces solo el cartel de algún kilómetro lo que me alentaba a
seguir un poco más, a dar una chance más a que algo pase. Y cuando cruzamos el séptimo
parcial intenté hacer que eso pase, busqué tímidamente, abrí una pequeña luz,
incluso Nico me alentó a ir por más, pero creo que ni él pensó que lo que tenía
yo era tan poco y a escasos pasos ya estaba otra vez a la par mía.
No me hubiese imaginado que para esa altura de la carrera
aún no supiésemos el final de la historia, pasamos por el costado del arco de
llegada, ya solo falta ir a buscar el retome final y a penas si pude acomodarme
para entrar primero al último codo. Giré lento intentando quedar bien parado
para dar lo último y sin duda en el momento más indicado tuve la mejor
sensación de toda la carrera, me olvidé de lo lento que me había sentido, de lo
pesado de las piernas, de la falta de aire y solo existió para mí el arco y la
cinta. Las rodillas bien arriba, dejar el todo por el todo en esos últimos
doscientos metros, recién ahí creer que se puede, después de casi cuatro
kilómetros siéndome afuera de la fiesta ver que la puerta aún estaba abierta,
que queda lugar para uno más. Sentir que me alejo de todo, que alcanzo lo que
quiero, cruzar el mismo arco que hace menos de dos meses y medio atravesaba ganador,
hoy luchando por subir al último escalón, por cruzar la delgada línea de la
felicidad y sentir que di todo para estar en ese podio.
Adelante habían tenido su propio duelo Eusebio y Marcelo y
la alegría esta vez era brasilera. Realmente fue un cuarteto con muy buena onda
y creo que todos disfrutamos el encontrarnos en la llegada. Con Marcelo y su
familia terminamos volviendo a Capital juntos ya que se hospedaban cerca de mi
departamento. La calidez brasilera llenó el auto y fue placentero hacer de
breve guía turística a lo largo de toda la avenida Libertador.
A veces puede ser un deporte injusto, a veces unos segundos,
a veces un puesto dibujan o borran la sonrisa. Hoy toco sonreír a pesar de
todos los vientos cruzados, y volver a casa con el bolso lleno de amigos,
vivencias y alegrías. La semana que viene cargaré nuevamente el bolso a ver con
que puedo llenarlo en el último giro del año a mi gran pasión, los 10.000
metros en pista. Sin duda los amigos estarán también allí en el CeNARD, sin
duda algo nuevo va a pasar, lo descubriré corriendo.
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